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La vida nos impone matices a ultranza, antitéticos, donde el mundo puede secuenciarse solo a través de sus contrarios. Por eso la actualidad es dicotómica, y en el debate a ultranza, incluso en la configuración parlamentaria, no cabe la centralidad que se añoró antaño desde el centro. En los campos semánticos de los acervos, el extremo define la línea de colores sin que quepan las tonalidades intermedias: nada es gris, o matizable, ni la propia experiencia puede configurarse a través de un cambio, como no sea el del principio de contradicción. Todos los muertos son vencidos, solo resisten triunfantes los batalladores victoriosos, épicos y heroicos.

Pensaba en la victoria de la vida con el recuerdo de la muerte de mi abuela, que me sirve estos días para teclear mientras me pienso desde el silencio del domingo en un rincón de mi casa. La victoria de la vida incluso para ser devorada por el dolor, roída por el cáncer, como muchos de los familiares de quienes compartían con nosotros el día mundial de lucha contra esta enfermedad. También el cáncer sirve para hablar de victoria y derrota, de triunfar o desfallecer, en función de si la enfermedad deja el cuerpo roído hasta rabiar o pasa sin más como el tránsito de un dolor cosmético sobre un cuerpo.

Mi abuela murió de cáncer pero no fue derrotada. Incluso para morir supo darnos una lección: lo hizo disponiendo su casa para saber apagarse, rodeada de afectos, aferrada al compromiso de invocarnos desde el ejemplo y la valentía de la asunción de su enfermedad, incluso postrada en la cama del hospital. No fue vencida porque murió; nos dio un ejemplo de victoria en la muerte, porque en eso, en el ejemplo, está la promesa renovada de la vida que nos permite hablar de victoria pudiendo hablar también de muerte. Venció con el ejemplo de vida, de la que ella ya no dispone, con que nos invitó a vivir después de su enfermedad. Murió pero no fue derrotada. Y conviene no reducir los afectos a los conceptos antitéticos, porque en esa forma de desigualdad, aunque semántica, está el relato de los débiles que nunca podrá imponerse al que, con la vida, se abre camino desde un darwinismo incansable y, como todo, líquido. Porque puede vencerse aún desde la tristeza.

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