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Solo los aplausos de las ocho, y las sirenas, rompen el silencio de la calle. Todo permanece en silencio después del estrépito. Somos incapaces aún de calcular la magnitud, pero los pronósticos de los organismos internacionales auguran la situación económica más difícil desde 1902, peor que la Guerra Civil o la Guerra Mundial. El silencio es incapaz de despejar las incógnitas, y por eso los ciudadanos sienten hoy más dudas e incertezas que pronósticos ciertos no ya sobre su futuro, sino siquiera sobre la semana que viene. De golpe hemos superado la imbatibilidad de Occidente, la supuesta invulnerabilidad de las sociedades modernas y derribado todos los mitos y creencias: el sistema sanitario es bueno pero viene de diez años de austeridad que ha debilitado el tuétano de lo público; los mayores envejecen, pero a una vida larga no le acompaña la esperanza de vida consabida, sino un pronóstico de vida al que condenamos a un sistema de cuidados que ha mostrado serias deficiencias; la tecnología a nuestro servicio no nos inunda de verdad, sino de falsas informaciones tras la que resulta imposible despejar la verdad de lo incierto; el sistema económico desvela desigualdades quizás irreversibles sin un fuerte sistema público de protección…

La peor realidad desde el desastre del 98, si hacemos caso a pronósticos aún tempranos, da una dimensión del golpe. Se puede intuir mejor, si uno observa la fuerte inversión en partidas sociales que permite sostener de emergencia las rentas de tantas familias de repente sin ingresos, o cronificadas aún tras la gran depresión de 2008, mal resuelta todavía para demasiados. Sin embargo, escribía Martín Caparrós que no libramos, por muy ardua o titánica que sea la gesta, una guerra o la batalla; las guerras, decía, son resultado de las decisiones del hombre, y quizás las epidemias sean resultado de sus indecisiones. Un matiz importante para saber lo que nos corresponde, además de hacernos cargo del tremendo golpe y gestionar la realidad con un Estado, a diferencia de los años de austeridad, al servicio de las miles de familias o personas vulnerables que agravarán su estado o su exclusión. ¿Qué aportan el grito o la división, el enfrentamiento o la opinión? Ser es hacer, siempre, y especialmente ahora. Toca corresponder fortaleciendo la economía al servicio de la redistribución de la riqueza; de la tecnología al servicio de la mejora de los sistemas de detección o de la investigación para el tratamiento de datos anonimizados de sintomatología o conocimiento de las nuevas enfermedades; de un sistema sanitario con la inversión –y la retribución—en su capital humano y material, capaz de fortalecer la red de atención primaria como contención y primer escudo, revirtiendo los años de recortes y a la altura de la calificación de ‘mejor sanidad del mundo’; de la industria como generadora de bienes de primera necesidad; de la agricultura como mercado fuera de las leyes del mercado…

No es el momento del partidismo. La primera certeza entre tantas incertezas hemos de ser las instituciones, y quienes las representamos. Toca arremangarse y dejarse la piel por quienes pueden perderla. Ahora, en la gestión de la emergencia; después, ante las crisis social, económica o del mundo como lo conocíamos. Porque además nunca regresará el mundo que conocíamos ni nuestra actitud hacia él. El resultado de lo que obtengamos no estará en nuestras indecisiones, sino en nuestras decisiones. Estemos a la altura. Tenemos a los ciudadanos confinados en sus casas, y merecen un trabajo quizás superior, si es que eso es posible, al enorme sacrificio que hemos impuesto con la disciplina social que contenga la pandemia, mientras no tenga vacuna. Es la hora, después de gestionar, después de que todos apoyemos con la actitud de construir la gestión de lo inesperado, para lo que nadie tiene manual, de un pacto de reconstrucción. El pacto tiene que trascender las actitudes partidarias y las siglas de nuestros partidos. Porque no está en juego qué gobierno tenemos, sino si nuestro pueblo podrá tener futuro. Lo tendrá si acordamos un gran pacto de reconstrucción, con ingente cantidad económica, tan desconocida como el reto sin comparativa que enfrentamos. Para evaluar gestiones están los Parlamentos, donde rendir cuentas, o las elecciones, donde configurar mayorías; pero para el futuro de nuestro pueblo no puede haber más distinción que el trabajo abnegado por superar el presente con un esfuerzo, a la altura del de nuestros ciudadanos, como el que hemos ofrecido en la Generalitat y en Gandia (sólo aquí, de entrada, 4 millones de euros a esa reconstrucción) o el que ofreceremos en España. Pasado mañana será tarde. Es hora de que las familias monoparentales, los más vulnerables, quienes aún están excluidos desde la gran crisis de 2008, la generación de jóvenes que ha bordeado la insoportable precariedad porque se estaba recuperando de esa crisis y ya tiene otra peor en ciernes, los mayores que han sufrido la guerra y ahora se la juegan en una pandemia que les devolverá injustamente el esfuerzo que siempre hicieron, los empresarios y autónomos, los trabajadores de la economía sumergida, otros muchos por cuenta propia… Es la hora de que este país les diga que estuvimos unidos. Estamos actuando y necesitamos de la fuerza de las convicciones y de la voluntad decidida de todo nuestro empuje. Por un pacto de reconstrucción, transversal y a largo plazo, que levante a este país de su peor hora. Juntos.

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