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El primer abrigo del invierno.

El día de Todos los Santos mi abuela nos esperaba puntual. Habíamos estrenado el primer abrigo. Repasábamos, en los pasillos del cementerio, la memoria de la ausencia. Para hacer vivo el recuerdo de los muertos: cuánto los quisimos, cuánto tiempo después de marcharse nos acompañaban, cómo de grande es el cálculo de su vacío.

Me acompañaba mi padre. Y con él repasaba también, en el camino de vuelta, la vida de mi abuelo, el recuerdo feliz de los muertos que nos guiaban.

Muchos años después visito también a mi padre. Y aprovecho para repasar el dispositivo municipal para la festividad de Todos los Santos. Y saludo a quienes le recuerdan, a los vecinos que se acercan también con las flores.

Porque honrar la memoria es hacer vivo el recuerdo de quienes caminan con nosotros. De quienes alumbraron esta luz que es ejemplo para el camino. Hace el mismo cielo azul de los días felices pero no el mismo frío de aquellos otoños. El mismo recuerdo, los afectos de la ausencia…

Son el primer, y el imprescindible, abrigo contra todos los inviernos.

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