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Se han colado por la cocina de la casa y ya impregnan todos los aromas de las estancias. Están en las conversaciones amicales, en las sobremesas, en los debates de la televisión y en todo lo que trasciende a los mass media y se vuelca en los poros invisibles de las escenas y los estratos de la sociedad. No es solo que hayan necesitado sus votos, en la caprichosa aritmética andaluza de quienes sí fueron a votar, sino que además han condicionado los temas de los que debía hablarse, aunque la pregunta, entre el escalofrío y la exhibición impúdica de la ignorancia, pueda sonrojar: cuántos hombres sufren de la violencia a las mujeres que se presupone a las batalladoras rojas, piojosas, herejes, contestonas o rebeldes. Cuánto hay de falso en las denuncias de hombres a sus mujeres, o por qué la violencia estructural ejercida sobre las mujeres, evidenciada por toda clase de organismos internacionales, expertos y titulares –algunos asesinatos abren ya las portadas de este inicio de año nuevo—es, por qué no, una patraña de organizaciones subvencionadas y chiringuitos feministoides. Y nos lo ha dicho el partido que hizo crecer a sus dirigentes subvencionados desde esos mismos chiringuitos, donde se percibía una remuneración mayor a la del propio Presidente del Gobierno, y financiados por el mismo Irán de la resistencia islámica y marxista.

Y aquí están. Condicionando la aritmética y el debate público, los asuntos de la agenda y las urgencias de los debates. Esa es su primera y nada desdeñable victoria. Decía Josh Lymman en la célebre ‘El ala oeste de la Casa Blanca’ que una campaña electoral nunca son dos respuestas distintas, contrapuestas, a la misma pregunta; es, sencillamente, la lucha por la pregunta. Y desde el dos de diciembre, quienes cuestionan el sistema están condicionando las preguntas por las que se interroga una esfera pública enferma de urgencias, condicionada por los impulsos breves y los volátiles debates que dan a la actualidad solo una apariencia de simulación: da igual si nos preguntamos por lo que importa, porque esto es lo que importa. Una simulación del populismo que va bastante más allá, porque cuestiona todas las estructuras sociológicas en forma de aversión a los cambios culturales o a la silente pero manida ‘superioridad moral’ de la última izquierda de estos años, empeñada por otra parte en repartirse los trastos de la enésima batalla. La lucha por la pregunta es el cuestionamiento del sistema a por el que vienen: el que garantiza derechos, el que ha extendido una nueva generación de derechos y oportunidades, de deberes cívicos y combates contra los retos. En esa batalla por la pregunta está la clave de estos meses, y abrir un nuevo tiempo ya sin la sombra de los monstruos. No es poco.

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