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Hace tiempo que en casa nos robaron el mes de abril. Y aún así comprendimos que vivir era comenzar de nuevo otras veces. Asumiendo, por ejemplo, que era posible coger tu guitarra e interpretar, sin saberlo, la partitura del latido; preguntarnos después, como harías tú, qué es la vida y qué nos depara, mientras ojear alguno de tus discos, donde Pink Floyd repetirá todavía ‘wish you were here’. Asumir todos tus valores, el compromiso cívico que nos dejó los sueños intactos, que había dejado los tuyos también. Vivir con las lecciones que nos legaste, sin asumir que nunca más tu sonrisa dibujaría, con la misma precisión con que tú lo harías, algún garabato que despeinara la tarde entre tu colección de libros. Aprendimos a caminar con tu ejemplo, a vivir asumiendo el hueco exacto de tu vacío enorme, pero aprendimos, sobre todo, a vivir. Porque tu muerte no nos cambió la vida, sino que las quebró, y supimos comenzar de nuevo con la enorme ensoñación de tu huella en cada luz de cada etapa. Vivir, pese a todo. No correr ante la tristeza, sino aprender la alegría en la resistencia. Rememorando el vacío, que recuerdo en el cuaderno cada veinte de abril, pero también que vives aún en el ejemplo que intentamos seguir, en la mirada de mi hermano (físicamente clavado a ti), en la serenidad de mi madre, en el afecto con que tu casa te guarda dieciocho años después. Asumiendo que vives en los libros, en la guitarra intacta, en tus discos que escucho, en mi mirada, en nosotros. Conmigo.

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