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Aleteo en el sueño del domingo para mantener en pie una vela insomne y torpe. La misma que me ancla a las horas quietas donde el mundo se detiene entre el sueño entrecortado, donde es frágil el sueño que somos capaces de conciliar. Pensamos en una ansiedad permanente que, a modo de tormento, regresa en las pesadillas para sabernos en la desazón tras una batalla. No hemos batallado y sin embargo el silencio, estremecedor como pocas veces, es el de una guerra inconclusa que deja el temor de volver pronto, con un estrépito inesperado, al temblor o al duelo. Es el miedo al miedo: el dolor fue tan largo que su cicatriz duele todavía. Nos enfrentamos a un sueño frágil, a un tiempo que nos sabe vencidos, pero de cuyo dolor sordo hemos de aprender para reponernos de la herida.

Esta semana guardábamos tres largos minutos de silencio por las víctimas del Covid-19. Un silencio institucional, desgarrador, íntimo. Silencio por quienes se han ido sin despedirse, por quienes han muerto en la soledad de un hospital con la sola mano de los cuidados paliativos de las últimas horas. Nos faltan tantos y nos falta silencio. El mismo desgarrador grito del que debemos prescindir en los comunicados, en las tribunas. Aunque sea por respeto a quienes aún se debaten con la muerte en las salas de los hospitales, de quienes guardan un luto sin despedida, de los muchos otros que enferman todavía. La responsabilidad cívica del respeto requiere silencio y una profunda capacidad de ponernos sobre la piel de los demás. Las dos recetas que añora la España del grito y de la sobreactuación, la que envuelve en la bandera la misma mierda que repele siempre que hay que ponerse del lado del país que sufre. El mismo país que no grita, el mismo país que se duele en silencio entre el sueño frágil y las mismas noches eternas de los días raros, entre las paredes donde los huesos nos dolieron de los años felices. Nos toca trabajar tanto que solo habrá hueco para el silencio. Y habrá que saber entenderlo. Y recordar, con el honor de los ausentes, a quienes no honraron con el respeto cívico del empuje colectivo, unido, a la misma bandera que ajan y aletean.

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