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Llevamos meses señalando frente a frente a la adversidad. Esta vez no va a ser menos. No lo esperábamos, y no nos ha dejado días fáciles, pero nos nos va a arredrar. El Covid-19 golpea igual, pero más silenciosamente quizás: reparte carga viral a jóvenes, que quizás puedan creerse invulnerables, y los convierte en contagiadores, sobre todo si mantienen interacción con los demás en espacios de ocio.

A cada generación se la recuerda por un reto: y a los jóvenes de este momento se nos recordará por el reto de la obediencia en una emergencia ante una adversidad así. Mascarilla, y también manos y distancia. Pero sobre todo mascarilla, y coincidiremos en que también en los jóvenes la nueva normalidad nos había invitado a una relajación en la perseverancia en las normas.

En nuestro reto está contener la transmisión y la emergencia. Identificamos más positivos porque, a diferencia del inicio de la pandemia, hacemos mejor la trazabilidad de los contactos con positivos y nuestras autoridades sanitarias practican cientos de pruebas PCR. Sí, cientos: quizás por eso los positivos alarman tanto pero reflejan mejor dónde está el virus, cómo podemos rastrearlo y, en definitiva, ir a por él: la obligación casi obsesiva de autoridades sanitarias y administración.

Ya se nos detuvo la vida demasiado tiempo. Y hemos tomado decisiones drásticas para que prevalezca el derecho a la salud y la protección de todos. Si hemos de tomar más, las adoptaremos, pero es mejor remar juntos que volver a detener el tiempo y la vida. Depende de todos. De la mascarilla. De la generosidad de protegernos nosotros para proteger a los demás. De la retracción en las multitudes. Del disfrute con responsabilidad. De cumplir con el reto colectivo de estar a la altura. Vienen semanas donde hemos de demostrar lo mejor de nosotros. Los jóvenes, especialmente. El precio será reducir nuestra libertad. O acatarla, y a cambio seguir salvando vidas. Y ganar más espacios de vida de los que se nos priva. ¿No es mejor así? Gandia superará el brote y el reto. Ayudadnos, a las autoridades, a los sanitarios, a las fuerzas de seguridad y emergencias. Porque no les aplaudimos en balde. Porque queremos seguir aplaudiendo la vida. Y vivirla como la vivimos hoy, en la mejor ciudad del mundo, pero sin ese temor de lo que no controlamos. Aplaudir la vida…

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